martes, 24 de julio de 2012

"De lo que yo enseño"



“Profesor, no entendí lo del auto”. ¿Qué auto? Pregunta intrigado mi colega amigo. “El Fort-Da”, responde la alumna. Esta anécdota, me es relatada para ejemplificar la decadencia del alumnado en el presente. Lacan, afirma que “…el decir es justamente lo que queda olvidado detrás de lo que es dicho en lo que se escucha”. Es en las consecuencias del dicho que se juzga el decir. Con lo cual pienso, que quizás la decadencia esté en el decir de los que transmitimos.
En la práctica, me da óptimos resultados, pensar que si el alumno no comprendió el concepto que quise transmitirle, es porque yo no encontré el modo adecuado de hacerlo. Parte de la tarea docente que realizo, es ayudar a los chicos que están cursando, a comprender los textos de Freud y Lacan que tienen en la Facultad. Para mí este es un trabajo fascinante, como preparar un menú a la carta. Nada de plato del día que ya tenga cocinado. Además, como vienen a entender, no puedo hablarles en jerga y frases hechas. Les estoy profundamente agradecida. Me han hecho trabajar a favor de lo que decía Oscar Masotta,  “debiera ser posible hablar en fácil de temas difíciles”. Y si a la frase no se la deshace, se mantiene el desconocimiento sobre los elementos que la componen. Se la repite como muerta. Además, no me permiten olvidar la necesariedad de ajustarme al interlocutor. Lo dicho, sólo toma su valor en el diálogo.
Para los que hacemos del trabajo de los textos una labor cotidiana, nada es más fácil que repetir frases difíciles. Siempre tenemos el as en la manga de  algo mencionado en “L´insu…” (Sem. XXIV de Lacan), “Le Sinthome” (Sem. XXIII), etc.. Pero si esto no sirve para responder a los  interrogantes que nos plantea a diario el consultorio, sólo son fuegos fatuos. Y el nuestro, un discurso infatuado.
Esto me lleva a otra faz de mi labor docente: el posgrado. Allí, usando la maravillosa experiencia antes descripta, puedo acertar hasta en las palabras del castellano que los alumnos desconocen. Es muy fácil para mí situar los puntos de ignorancia de mis jóvenes colegas. Pero, el trabajo está siempre, en relación a su posición como analistas. Intento transmitirles por los textos, el mismo respeto que merecen los pacientes. Creo que el modo cuidadoso y atento, es necesario  en todo lo concerniente a nuestra práctica. No creo que se pueda mantener una escucha lúcida de los pacientes junto a una lectura sorda de los textos.
En los actos más pequeños que uno realiza, la mayoría de las veces sin saberlo, se juega completa la teoría que nos habita. Freud comparando nuestro trabajo con el del artista, decía que  debíamos proceder “per via di levare” (quitando), como en la escultura. En cambio en la pintura, se hace “per via di porre” (poniendo). La transmisión no es posible si previamente no operamos quitando los saberes erróneos. De lo contrario, engrosamos capas psicológicas. Las consecuencias son graves, porque con el paciente, se interviene desde lo internalizado, no desde lo que se repite de la boca para fuera.
Si nos dedicamos a la transmisión del Psicoanálisis, somos responsables si los participantes de nuestras clases, salen pensando que “más allá del principio del placer” es el punto al que se podía llegar, con el avance de la industria automotriz de los años ´20.
POR CLAUDIA MARTINEZ

lunes, 3 de enero de 2011


La comunidad de los comunes o el ghetto de los especiales - Emilse Perez Arias

Algunas consideraciones sobre los abordajes institucionales de la discapacidad mental

¿Hay cosa alguna que distinga al alienado de los demás enfermos, como no sea el hecho

de encerrarlo en un asilo, mientras que a

éstos se los hospitaliza? ¿La originalidad de

nuestro objeto es, acaso, de práctica (social)

o de razón (científica)?

Jacques Lacan, 1946

Este trabajo pretende defender la tesis de que dependiendo de la institución –o más precisamente de su modelo de atención- en la que ingrese ese padecer será tratable o sólo asilable y no viceversa.

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Desde hace unos años en el ámbito de la salud empezó a circular masivamente el término de discapacidad mental. Categoría más que imprecisa, que no es patognomónica de ninguna estructura clínica, aunque en algunos casos coincide con algunas psicosis (sobre todo las esquizofrénicas) y se emparenta bastante con la categoría más antigua de retraso mental. Algunas organizaciones vienen proponiendo desde fines de siglo pasado y principios del presente un cambio en la denominación de “retraso mental” a “discapacidad mental”. Una organización de referencia en el tema, la ex AAMR (American Association on Mental Retardation), ha cambiado su definición por AAIDD (American Association on Intellectual and Developmental Disabilities), aunque su última publicación vigente, la de 2002, continúa utilizando el término de retraso mental. El cambio podría resultar beneficioso, en cuanto a reconocimiento de derechos de las personas que padecen de la misma pero podría resultar perjudicial en el sentido de lavar al concepto de lo tratable, de lo pasible de ser rehabilitado. De hecho, muchas derivaciones de este cambio de paradigma terminan concibiendo a la discapacidad mental como hecho no tratable en sí mismo, al que solo se puede intervenir por medio de apoyos externos y/o ambientales, o asistirlo por medio de pensiones y certificados de discapacidad. Hay una delgada línea entre cambiar un concepto y volverlo un eufemismo. Cabe aclarar que aquí nos referimos sólo a la discapacidad mental, que comparte con los otros padecimientos mentales el hecho de implicar una internación asilar –ya sea esta en colonias, en psiquiátricos o en hogares- como abordajes instituidos, y por lo tanto, el estigma social que conllevan. No son imaginables desde el imaginario social discapacitados visuales o auditivos o hasta motores que requieran una internación asilar pero si a los discapacitados mentales, así como no imaginamos enfermos cardíacos o diabéticos cuyas internaciones se prolonguen más allá de un criterio estrictamente terapéutico. Así, en la discapacidad mental se redobla la exclusión: además de la exclusión que conlleva la discapacidad en sí, cualquiera sea esta, en la discapacidad mental se redobla suponiéndose para ella el abordaje instituido de la segregación social que implica el modelo asilar.

A fin de cuentas, los cambios en las denominaciones diagnósticas carecen de sentido sino redundan en un vero beneficio en lo que a terapéutica y reconocimiento de derechos se refiere.

También es pertinente aquí hacer una diferenciación. La discapacidad o el retraso mental pueden producirse por muy distintas causas e implicar o no una afectación neurológica. Aunque estén caratuladas bajo el mismo rótulo implican cuadros completamente distintos en cuanto a alcance de las intervenciones se refiere. En estos, como en otros casos, deberá tenerse en cuenta para el proyecto terapéutico, el límite que implica el daño neurológico u orgánico, no pretendiendo ir más allá de un imposible.

Muchas de las instituciones del ámbito privado o que trabajan para obras sociales* carecen de un proyecto terapéutico de rehabilitación que necesariamente (y hasta éticamente) incluya como objetivo posible la externación, o que por lo menos no la excluya de cuajo. Con lo cual la rehabilitación pierde su orientación, pierde su sentido si no tiene su norte puesto en el afuera institucional, comunitario. ¿Para qué rehabilitar, para seguir excluido? En este sentido, la discapacidad mental institucionalizada queda en serie con la población que habita los hogares y residencias geriátricas, en las que no hay un proyecto terapéutico de externación, o al menos no lo implica en sí mismo. En este sentido, la vejez no es algo en sí mismo a tratar, como sí sus consecuencias a nivel de la salud psicofísica. Aquí no es inocente pero si lamentable señalar que estos pacientes son, en este ámbito, además, clientes. Hecho este que no debería influenciar en las decisiones de seguir sosteniendo la internación o el alojamiento de un paciente que no sólo no requiere un dispositivo de internación como tal, sino al que puede resultarle iatrogénico.

Otra es la coyuntura si el paciente cae en una institución pública. En el dispositivo público en el que actualmente me desempeño, la externación forma parte del proyecto terapéutico y es el norte de toda intervención psicoterapéutica o de rehabilitación. Pero aquí también no podemos dejar de señalar que no por tratarse del ámbito público se encuentra a salvo de los atravesamientos de la salud como objeto de mercancía. Algunas políticas y programas sanitarios que, escudándose en la ideología del recurso escaso y por ende necesario de administrar, promueven acciones terapéuticas que solo tienen en cuenta el criterio económico, de gestión del recurso por sobre un criterio terapéutico. Esto puede evidenciarse por ejemplo en las tendencias que promueven trabajar en grupo en vez de individualmente, no por una estrategia terapéutica sino guiado por un criterio de disminución del gasto público. También puede evidenciarse en las externaciones compulsivas que solo pretenden “liberar la cama”. No podemos dejar de tener en cuenta que el recurso no por ser público es ilimitado. Pero aquí se señala que si bien no puede dejar de ser tenido en cuenta no debe ser el único ni el más importante criterio para definir el plan de tratamiento individualizado que cada paciente requiere.

Lo “especial” queda fuera de lo “común”

Algunas instituciones de los tres subsectores (público, obras sociales y privado) que asilan a la discapacidad mental se presentan como “integradoras”, pero sus acciones no hacen más que reproducir la exclusión. Al incluir en sus proyectos terapéuticos eventos “especiales”, en el que solo se incluyen sujetos con “capacidades diferentes”, se reproduce la exclusión. El mote de “especial” es, hoy en día, otro nombre para la segregación. Desde cierto enfoque, estas acciones no perderían su sentido inclusivo si fueran pensadas como paso previo, como generador de entrenamiento social en lo que a hábitos y convenciones socio-comuinitarias se refiere, pero no como fin en sí mismas. Ningún programa de rehabilitación puede ser inclusivo sino posee como norte la reinserción de los sujetos con discapacidad en los ámbitos comunitarios compartidos por cualquier ciudadano. Porque quizás eso mismo les permita recuperar la ciudadanía perdida en el proceso de exclusión social, proceso del que, hay que decirlo, mucho tienen que hacerse cargo las instituciones asilares. A la hora de la rehabilitación, muchas veces uno se encuentra desandando el camino de la des-habilitación que produjo la institución misma, confirmándole al diagnosticado como discapacitado mental, que nada puede hacer por sí mismo y por lo tanto se hace todo por él. Si se sigue excluyendo a la discapacidad mental de los ámbitos comunes no solo se continúa promoviendo la exclusión, sino que se perpetúa el estigma social, el que dice que ellos no son capaces de formar parte del conjunto social, que no tienen nada que aportar al circuito de intercambios sociales comunes. Aquí la mera etimología nos viene al pelo: la comunidad nos habla de lo común, de los intereses comunes a un grupo. La comunidad es por definición la comunidad de los comunes, de los que le son comunes, afines a ella. Por lo tanto este tipo de acciones no hacen más que confirmar que ellos siguen sin poder ser “comunes a” la comunidad.

Algunas propuestas

Será pertinencia de una política de estado la vigilancia cautelar de las internaciones de estos sujetos, también en el ámbito privado, para no admitir o prolongar una internación en un sujeto al que solo puede resultarle iatrogénica. En strictu senso, esta última es una atribución de los curadores y de las curadurías oficiales de alienados, los que tienen intervención a partir de que se priva de la libertad a un sujeto. Pero la realidad nos muestra que muchas veces las curadurías se ven saturadas por la cantidad de casos que tienen a su cargo, lo que imposibilita un seguimiento individualizado de los casos a su cargo. Queda para otro trabajo la complicada cuestión de los encuentros y desencuentros que existen entre los heterogéneos campos de la justicia y de la salud mental en lo que a gestión y supervisión de internaciones se refiere.

En este sentido, la promulgación de la primera Ley Nacional de Salud Mental en noviembre de 2010, promueve la construcción de organismos de vigilancia de las internaciones psiquiátricas en los 3 subsectores. Será tarea de los profesionales de la salud mental que sostenemos nuestro trabajo en las instituciones asilares o manicomiales de hacer regir el texto de la ley.

Lic. Emilse Perez Arias

eperezarias@gmail.com

Lacan, J. Acerca de la causalidad psíquica. En Escritos I. Ed. Siglo XXI. Pág. 145.

Luckasson, R., Borthwick-Duffy, S., Buntix, W.H.E., Coulter, D.L., Craig, E.M., Reeve, A.,

y cols. (2002). Mental Retardation. Definition, classification and systems of supports (10th ed.).

Washington, DC: American Association on Mental Retardation.

* Se aclarará sólo una vez que no es la intención del presente trabajo realizar una generalización, y que existen instituciones que no entran en esta caracterización y que orientan su trabajo con un objetivo terapéutico rehabilitatorio-inclusivo. Mi experiencia se basa en mi tránsito profesional por una institución que trabaja con obras sociales y relatos de colegas que han tenido tránsitos por instituciones de características similares.

Comunidad: Cualidad de común (que, no siendo privativamente de ninguno, pertenece o se entiende a varios). […] Conjunto de personas vinculadas por características o intereses comunes. Común: Corriente, recibido y admitido de todos o de la mayor parte. Diccionario de la Real Academia Española. http://buscon.rae.es/


domingo, 28 de noviembre de 2010

Acerca de “Toy Story 3” - Matías Pirilli



Yo soy tu amigo fiel.

En la crítica de cine frecuentemente aparece el intento de buscar en determinada película alguna característica especial para ubicarla en un lugar de privilegio y enunciarla con rótulos tales como “La película que definió una época”, “la película de la década”. La pregunta es si vale la pena esta separación temporal claramente obsesiva y que nada más da cuenta de un vicio de la crítica artística. Desde luego que no. Pero en el análisis crítico frecuentemente suelen establecerse cuestiones de este orden sin quedar nunca del todo claro muy bien el por que.

Posiblemente se deba a la necesidad de expresar lo que sucede cuando uno se encuentra con determinados productos.

“Pixar” está generando desde hace un tiempo algo excepcional y particular. Posiblemente desde los manifiestos y argumentos sostenidos por los pensadores-críticos-artistas de la nouvelle vague el cine pasó a pensarse a través de la lógica de “cine de autor”. Pero el cine es una industria y requiere el trabajo de muchísima gente. Así en una época las películas eran “Las de Universal” y poco se remitía a si el director era Browning o Whale, el público confiaba en que el estudio daría diversión de calidad a las masas. Desde la década de los 90 hasta ahora Pixar ha devuelto de a poco algo de ese espíritu. A la gran mayoría de los espectadores no le interesa quién dirigió determinada película, es más, los directores son aparentemente circunstanciales (aparentemente) y van cambiando, incluso actuando de a par en ocasiones. El producto final trasciende cualquier nombre. Que es un poco en definitiva el verdadero espíritu del cine como arte.

En una época en donde se filma mucho (muchísimo, prestar atención sino a cualquier festival de cine independiente), en donde la tecnología hogareña posibilita que cualquier pequeño burgués pueda filmar un largometraje, las películas de gran producción (los 90 fue la última década en la que el cine de tal características dio luz) son escasas. Se intenta así de apostar por productos que se sabe (en un cálculo aparentemente posible de hacer por las grandes productoras norteamericanas) funcionaran en taquilla. Así es la época de las secuelas, de las sagas, de los remakes y de las mega -y esporádicas- producciones, como la divertida “Avatar” y la pretenciosa “El origen”. En estas condiciones aparece una auténtica obra maestra y desde mi opinión la gran película del año: “Toy Story 3”.

La película funciona en varios planos. Por ejemplo se puede resaltar lo extraordinario de su narración. Es un film de aventuras, de suspenso, también es un drama carcelario, posee muchos elementos del cine de terror y de la comedia. Posiblemente me quede corto, pero aseguro que por lo menos posee todos estos elementos.

Particularmente muchas películas de animación me parecen cortos extendidos, son pocas las que resisten el largometraje. Considero a “Wall-E” un ejemplo de ello, realmente sería una gran película si hubiese durado apenas más de media hora. Lo mismo “Ratatouille”. “Up” resiste mejor la longitud, resultando una excelente película. “Buscando a Nemo” se ve levemente perjudicada por un exceso de gags. En cambio la narración en “Toy Story 3” es superlativa.

También cabe destacar el desarrollo cabal de los personajes. Los malos generalmente resultan más atractivos que los héroes y en una época de grandes villanos, como Heath Ledger haciendo de El Guasón en la última “Batman” o Christoph Waltz como Landa en “Bastardos sin gloria”, habrá que sumarle a un logrado osito de peluche rosa llamado Lotso (y a su ladero, un bebe que resulta ser la versión siniestra de los bebotes nenuco). Pero en “Toy story 3” los héroes son más atractivos aún, cosa difícil de lograr.

Aunque lo auténticamente importante es el guión en su poesía, en su metáfora. La película en su estructura está repleta de tópicos tratados con respeto y de forma original.

Pero las cuestiones de fondo son trascendentales: Trata acerca del paso del tiempo, el absurdo, la madurez, el amor, el engaño. En esta tercera parte sale a la luz un elemento que las otras dos películas de la saga no habían dado cuenta de tal modo: Los muñecos no crecen, de alguna manera resultan ser eternos. Así los simpáticos muñequitos pasan de ser meros héroes de películas de niños a excepcionales representaciones del absurdo. Así esta película resignifica a las otras dos en este punto.

Andy es el “dueño” de los personajes, ya que en definitiva son sus muñecos. Andy crece, madura y parte hacia la Universidad y así ese universo que los personajes tenían en la habitación del niño, ese único mundo que conocían, pasa a convertirse en algo vacío, en algo circunstancial (lo mismo que para Andy). Entonces la pregunta es: ¿Qué se hace frente a eso? El osito “Lotso” se llena de odio y de furia ante el desamor y supuesto desengaño. En cambio los personajes principales como Buddy o Buzz llevan adelante el abandono y la pérdida con nobleza y entereza.

Los minutos finales de la película son conmovedores además de poseer un alto nivel de cine. El plano de los muñecos en su rol de meros muñecos mirando el auto que se marcha luego de que Andy haya jugado una última vez con ellos es conmovedor. En ese momento en que el auto se pierde, la realidad para estos personajes cambia, ahora sí definitivamente para siempre, cambia su mundo y todo lo que hay en él. Y los efectos que produce en el espectador es de resignación, ¿Por qué Andy no se los llevó consigo? Por que Andy es un sujeto y no es un muñeco. El crecimiento implica siempre una pérdida y la película lo muestra directamente.

Cabe la comparación con “Inteligencia Artificial” de Steven Spielberg. Si bien la gran diferencia es que aquel muñeco en definitiva “quería” ser un humano y como tal “deseaba” una madre. Los personajes de Toy Story no quieren ser humanos. Están arrojados en el mundo y se responsabilizan de ello. Pero buscan el lazo entre ellos porque creen firmemente que en ello está la condición para soportar de mejor manera el absurdo de esta vida. Si hay algo que la película destaca es el absurdo. Saben que en un tiempo les pasará con su nueva dueña lo mismo que les pasó con Andy.

Y así se patentiza la repetición indefinida en el tiempo de todo lo que ya existe, dando cuenta del absurdo de la vida, del sin sentido de ella.

La identificación ocurre con los muñecos pero también con Andy. Porque cuando se marcha de alguna manera la realidad de él también se modifica, crece, tendrá que responsabilizarse y, al igual que pasa con los muñecos, tendrá también que hacer algo con el absurdo de la vida. Tal como nosotros, los espectadores.

sábado, 4 de septiembre de 2010

"Histeria y Música" - Lic. Lucía Galdona


Cuando Lacan desarrolla las características que establecen como tal a la estructura neurótica, dice que la neurosis tiene la forma de una “pregunta”, y que consiste en ser, a nivel del yo, de lo imaginario, una respuesta anticipada a esa pregunta, justamente para no llegar a ese punto real donde hay vacío de respuesta para la pregunta, ¿qué pregunta?: la pregunta que sostiene y es la razón de ser de la estructura neurótica; el interrogante sobre la muerte y sobre la mujer. Estos últimos carecen de representantes, de significantes en la red del lenguaje, son agujeros alrededor de los cuales se intenta dar respuestas, significaciones que son motivadas, justamente, por la falta de significantes a ese nivel. Esto moviliza al deseo y, por lo tanto a la metonimia y la sucesión de un significante articulado con otro significante, y así sucesivamente. De esta manera el lenguaje conformado por esta articulación, dentro del cual situamos el lenguaje musical, es la red significante a través de la cual vemos el mundo y conformamos nuestra realidad cotidiana.

Lacan caracteriza al deseo en la histeria como un deseo que se reconoce como insatisfecho, la histérica se nombra todo el tiempo como insatisfecha, de lo cual se queja; pero para poder quejarse de esto, sitúa un goce absoluto en otro lugar; aquí entra en juego “la otra”, a la cual se le atribuye un goce total, aspecto que en sí es imposible, ya que no existe el “goce del Otro”, pero esto le evita el desarrollo de angustia que generaría la confrontación con la falta del Otro.

En relación a la música, el lenguaje musical es una maquinaria de sentido que nos regocija, la conformación de melodías que “suenan bien” o “suenan mal” es dada por construcciones de reglas musicales que son así y no se cuestionan, es por esto que las métricas musicales simples son mas aceptadas a nivel social, aspecto que promueve su comercialización, y las métricas más complejas utilizadas por diversos géneros musicales como el rock sinfónico, rompen con la estructura propuesta por las empresas discográficas, proponen algo nuevo, salirse de la comodidad de lo establecido y dar lugar a nuevas expresiones del lenguaje musical. Para situar estos aspectos en un contexto social y cultural, este instituyente tuvo lugar en una época de rupturas, los años 60 y 70, momento histórico en las que los jóvenes tomaban la palabra, generando rupturas con la sociedad norteamericana y occidental, con la autoridad, las reglas, tradiciones, con el modo de vida de sus padres, con las formas de amor establecidas, con los modos de manifestación artística. Este contexto social dio lugar al surgimiento de modos musicales alternativos.

En relación a la histeria y la música, en esa época eran comunes y conocidos los grupos de mujeres que eran seguidoras de las bandas de rock, denominadas “groupies”, quienes decían seguir a las bandas por la “música” por el amor a la música que aquellos hombres creaban. En este punto podemos pensar a la relación de la histérica con la otra, en este caso personificada como la música, en la cual se sitúa el goce absoluto, otro goce distinto al regulado de manera fálica, es decir, que se escapa de las normas fálicas; pero con el que se tiene una relación mediada de manera fálica, en este caso, por los músicos. Esta también puede ser una forma de explicar por qué los casos de mujeres músicas, o de bandas conformadas por mujeres sean escasas o no lleguen al éxito que sí logran bandas de músicos hombres (esto lo digo dejando por fuera cualquier prejuicio en torno al género).

También podemos pensar que el atractivo que los músicos generan se debe a la presencia de esta otra que les proporciona satisfacción y placer a nivel artístico mediante la sublimación de las pulsiones.

miércoles, 21 de julio de 2010

Lic. Matías Pirilli - "La locura y el cine" - a través de Revista El Andén.

http://www.andendigital.com.ar/index.php/cultura/peliculas-para-viajar/181-la-locura-y-el-cine-anden-41.html

¿De qué se habla exactamente cuando se nombra a un sujeto como un “loco”? Existen muchas respuestas a esta pregunta y varían de acuerdo al lugar desde donde uno se ubique para responderla. Se puede contestar desde el psicoanálisis lacaniano que llamará de tal forma a aquel sujeto que no reconoce ni responsabiliza su posición en el mundo o también a un conjunto específico de signos y síntomas, si se responde desde la psiquiatría. Pero éstas son versiones de la cosa, como lo es en definitiva toda realidad.

L

a figura romántica del “loco” se debe en gran parte a la literatura, que le imprimió a tal personaje características exageradas de acuerdo al momento histórico desde donde se contaba la historia. Sin proponérselo realizó un estereotipo que ha ido modificándose de acuerdo a la época. Una vez más, el discurso generando una realidad (como siempre lo fue y será).

Ahora bien, siguiendo la línea de los discursos como generadores de realidades, se debe argumentar que, que se llame enfermedad a tal tipo deexistencia, responde a un tipo de “verdad” que la sociedad mercantil capitalista ha establecido a partir de determinada época, la Clásica. Y esto fue debido a una nueva dinámica social que estableció las cosas de tal forma (no siempre fue visto como enfermo). Este análisis lo ha realizado Michel Foucault en sus dos tomos de La locura en la época clásica.

Se sostiene que el cine ha sido posiblemente el arte popular por excelencia durante todo el siglo XX (¿cederá en este siglo ese lugar de privilegio a la computadora y su fiel aliado Internet?); por lo tanto, se tomarán tres películas antológicas de épocas distintas para intentar realizar un recorrido y una reflexión acerca de qué mito ha establecido el hombre moderno acerca de la figura del “loco”.

El gabinete del doctor Caligari. El loco encerrado.

Lo que rápidamente llama la atención de la película de Robert Wiene es su puesta en escena. Caligari contaba con un cuidadoso diseño de producción que mucho le debía al teatro. La presencia de una escenografía compuesta por telas y cartones pintados, la iluminación sugestiva y un maquillaje que resaltaba emociones dieron como resultado una película típica del expresionismo alemán. Se ha planteado alguna vez, si esta película es realmente cine o teatro filmado. Que se sostenga como teatro filmado reside en lo temprana de su aparición (es de 1919) y la falta de aquellos elementos que definirían al cine como arte. La cámara es estática y no hay un solo travelling en todo el metraje, cosa que por ejemplo Fritz Lang se animaría a hacer 3 años después en Nosferatu.

El guión es un elemento muy importante en esta producción. En el siglo XIX, gracias a sujetos como Edgar Alan Poe, irrumpe la literatura moderna, con el típico héroe de la narrativa contemporánea y con un estilo innovador de contar la historia residente en el planteamiento del relato en función del desenlace. Caligari probablemente sea la primera película cuyo final resultó absolutamente sorpresivo. Con Sexto sentido pareció que se había inventado la pólvora en este aspecto y en realidad no lo fue así. Por ejemplo, al final de la película Las diabólicas (H.G. Clouzot, 1955) aparecía un cartel que decía “Por favor, no cuente el final”. Y respecto a hombres que estaban muertos –he aquí un fantasma típicamente obsesivo- sin que público ni protagonista lo supiesen, se puede recomendar Muertos y enterrados (1981) dirigida por Gary Sherman y con guión del gran Dan O´ Bannon.

La genial trama de Caligari posee un desenlace a la altura. Luego de los asesinatos del Doctor y su “marioneta” nos damos cuenta de que Caligari es ni más ni menos que el psiquiatra de un hospicio y que la “marioneta” es su paciente quien delira toda la trama. Esta historia es de 1919 y resulta aún hoy superlativa su eficacia.

Establece a la locura como un hecho controlado por un cuerpo médico y con elementos románticos en su delirio. El loco en el hospicio, con delirios y alucinaciones bastante floridas y hasta apasionantes. La película muestra un delirio típicamente persecutorio contado de un modo narrativo y fantasioso.

Por lo tanto, en este momento el loco era aquél que se encontraba encerrado y que cautivaba con su delirio. También establece la fascinación que siempre produce al público la figura del loco. Ocurrió en la literatura y comenzaba a pasar en el cine.

Psicosis. El loco siniestro.

Hitchcock eligió a Anthony Perkins para interpretar a Norman Bates debido a su cara de tipo común y sencillo. Al presentar al personaje de tal forma, resultaba doblemente sorpresiva la aparición de la locura. El éxito de la película representó el puntapié inicial para que la figura del loco fuera explotada definitivamente en el cine como una figura siniestra: Los Giallos de Argento, los asesinos seriales, desde Michael Myers a Hannibal Lecter, Baby Jane y una enorme lista de personajes y películas.

Si Foucault sostiene que la figura del loco se estableció como algo que simbolizaba el desvío de un sistema moral pretendido, es este mismo sistema moral el que lleva a la segregación de esa figura (si bien posteriormente se lo integró aunque de manera diagnóstica-patológica y como “distinto”).

En la sociedad que se acomoda en función del producir, el “loco” se muestra en 1960 como una figura no sólo lejos de la moral establecida, sino que destruye a la sociedad y al pequeño burgués. No se debe olvidar que Janet Leight llevaba consigo mucho dinero que le había hurtado a su jefe. Generalmente la víctima de los asesinos seriales son mujeres urbanas que se ven atormentadas por un sujeto que quiere terminar con su vida. Y esto no es una línea que ha bajado de las productoras siguiendo una ideología, sino que es una expresión de arte auténtica, que no reflexiona sobre la época (en un intento artístico buscado) sino que es la expresión de un fantasma de la época. Por este motivo, estas producciones tendrán enorme valor a futuro.

Por lo tanto, en este momento apareció la figura del “loco” como una exageradamente siniestra.

El maquinista. Pobre loco.

Finalmente han aparecido películas que pretenden demostrar otra cara de la locura, películas que se corren del romanticismo con que se abordó el tema y demuestran el asunto en una vertiente cruda: si la locura no es algo tan lindo o peligroso, entonces, ¿qué es?

El maquinista es un buen ejemplo para mostrar cómo se ha abordado actualmente el tema. Si bien la película es un gran simbolismo de lo que es la culpa, muestra un planteo diferente a lo planteado hasta el momento de su aparición. Aquí el protagonista no es alguien peligroso sino alguien absolutamente atormentado. Se repite, es un claro manifiesto sobre la culpa: tan intolerable es la carga que atormenta a Trevor Resnik (interpretado por un escuálido Christian Bale) que lleva a crearse una nueva realidad, tal como sucede en los brotes psicóticos. Película del año 2004, probablemente se encuentre entre las diez mejores producciones de la década pasada, si bien poca gente la vio ya que en nuestro país no se estrenó comercialmente.

El maquinista plantea un nuevo enfoque que se establece en derredor de la locura: el sufrimiento del “loco”. Debe recordarse que los antecedentes de este tipo de abordaje son Repulsión y El inquilino de Roman Polanski como también Spellbound de Alfred Hitchcock.

Así se ve que hay discursos que se establecen sobre la locura y la ubican como un fenómeno de características disímiles de acuerdo a cada época.

Aunque terminado este ejemplo salta a la luz una constante: tanto El maquinista como El gabinete… Psicosis y fueron catalogadas como películas de terror. Probablemente no lo sean. Pero justamente este hecho demuestra el Terror que la locura siempre ha representado para el hombre.

domingo, 4 de julio de 2010

"El hombre y el fútbol" - Luis Darío Salamone


Cada cuatro años se desata una epidemia. Aunque hay quienes viven enfermos toda su vida. Pero un extraño virus se reactiva y abarca el globo terráqueo con esa regularidad. Históricamente atacaba sólo a los hombres, ahora parece extenderse cada vez más entre las mujeres. El virus se llama Campeonato Mundial de Futbol. Y Argentina es uno de los países más afectados. Se entusiasman hasta quienes nunca ven un partido. Las casas se visten de celeste y blanco y la gente también. A la hora del partido Buenos Aires es un desierto, y entonces algunos pocos salen con orgullo a la calle para mostrar que no se han contagiado.

¿Por qué puede llegar a ser tan importante un partido de futbol?

Quizás la pregunte no sea pertinente, como lo ha planteado Juan Sasturain: “Lo que está en cuestión no es si el futbol es importante o no. Sin duda que no lo es. Su trivialidad es del mismo orden que la de la jardinería o el alpinismo; la administración de empresas y los diez mandamientos. Se puede vivir sn sin ellos. Y en eso el fútbol es como la pesca, el cine, la literatura, el póquer, la bolita con rodilleras o el budismo zen: qué pone o saca cada uno -que no es otro sino uno- de esa experiencia que puede ir, en todos los casos, del entretenimiento más imbécil y alienado al saludable vislumbre de la belleza, al soberbio temblor metafísico.”[i]

Si lo del temblor metafísico les parece una exageración pueden consultar la obra titulada “¿La pelota no dobla?”[ii] (que pone un interrogante en una afirmación realizada por Daniel Alberto Passarella, cuando fue director técnico de la Selección Argentina de futbol para racionalizar la derrota frente a Ecuador en Quito por las eliminatorias del mundial de Francia 1998), donde pueden encontrar una serie de ensayos filosóficos sobre el tema que nos ocupa y que el periodista Dante Panzeri denominó la “dinámica de lo impensado”. El libro dice que resulta llamativo que, con la fascinación que provoca el futbol en millones de personas, este fenómeno no halla captado el interés de los académicos., quizás por un prejuicio, porque no se ha considerado al futbol como un fenómeno lo suficientemente serio.

Partimos de que se trata de un juego. Aunque como sucede con las cosas tomadas por la neurosis y el discurso capitalista la cuestión se ha arruinado. Eduardo Galeano en “El fútbol a sol y a sombra”[iii] comienza afirmando que “La historia del fútbol es un triste viaje del placer al deber”, pero eso es la neurosis misma, particularmente la obsesiva. Que aquello que comienza con ganas, por el accionar del superyó, no tarda en convertirlo en una obligación. Esto sucede con la profesionalización. Afortunadamente esto no sucede con los espectadores, auque un hincha en una oportunidad me comentó como estaba atrapado por una serie de rituales que le hacían imposible disfrutar del espectáculo.

Todo parte del Homo Ludens, esa relación que el ser humano tiene con lo lúdico, de que el hombre vuelva a ser un niño jugando por un rato, pero el juego se ha tornado espectáculo, en algo para mirar, en un buen negocio.

Veamos que nos enseñan estos autores que se han decidido a escribir sobre aquello que los apasionaba. Galeano nos habla del hincha que, una vez por semana, huye de su casa para dirigirse a la cancha, el estadio es pensado como una suerte de templo, y el fútbol como una religión pagana. Se pregunta incluso si el fútbol no es la religión de los pueblos y asegura que se parece a Dios en la devoción de los creyentes y la desconfianza de los intelectuales. Kipling se burló del fútbol y los espectadores, esas “almas pequeñas que pueden ser saciadas por los embarrados idiotas que lo juegan”. Luego de ser definido el fútbol como un montón de adultos en pantalones cortos corriendo detrás de una pelota, Borges dictó una conferencia sobre la inmortalidad el mismo día y a la misma hora que estaba jugando Argentina su primer partido en el Mundial 78. No se puede generalizar, pero Galeano piensa que mientras los intelectuales conservadores piensan que la idolatría a la pelota es la superstición que la plebe merece, los de izquierda descalifican al fútbol “porque castra a las masas y desvía su energía revolucionaria”.

La crítica más rotunda sin suda a sido escrita por Juan José Sebreli en su libro “La era del fútbol”[iv]. Hay que decir que al menos consideró que el futbol era un tema digno de ser estudiado. Plantea que el fútbol, lejos de surgir de las masas populares se trata de un típico producto de la conservadora clase alta inglesa. En un segundo momento, se convirtió en un deporte popular, jugadores y públicos provenían de las clases bajas y media, la clase burguesa se alejó de él y se refugió en el rugby y el cricket. En un tercer momento, con la mediatización, deja de ser elitista o popular para transformarse en una pasión sin diferencias de clases sociales.

Sebreli caracteriza al hincha, la elección del club jamás es producto de un balance racional. Sin embargo hay determinaciones subjetivas, identificaciones. También cita a Dante Panzeri para plantear al hincha como un enfermo que no ha sido reclutado por los servicios médicos y farmacéuticos, peligrosos o mansos, están enfermos. Como ejemplo de la salud mental del hincha se citan los casos de suicidios. Habla de la violencia, los negocios, los barra bravas, realiza una crítica demoledora del mito Maradona, de la relación con la magia y la homosexualidad. Sasturain ironiza: algunos lo ven al fútbol como opio o religión, tanto que haría falta un Marx de envergadura para teorizarlo, pero asegura que “Sebrelli no da la talla”.

Galeano señala la identificación masiva que se produce, no se dice “Hoy juega el club del cual soy hincha”, sino “Hoy jugamos, ganamos, perdimos, nos estafaron…”, etc. El fanático es definido como el hincha en el manicomio. Alguien que en oportunidades no va a ver el partido, su campo de batalla es la tribuna misma. Los barra bravas llevan esto al extremo, particularmente a partir de la incidencia del consumo de alcohol o tóxicos.

El fútbol es comparado con el teatro y, efectivamente, retoma la catarsis propia del teatro griego, como pocos espectáculos. Pero para Galeano es aún más, se trata de una sublimación ritual de la guerra, se refiere a los jugadores, no a los barras que no tienen demasiada capacidad sublimatoria.

Hay una referencia a Enrique Pichón-Riviére, quien organizó un equipo con sus pacientes del manicomio, y colocó como su tarea prioritaria la estrategia del equipo de futbol. Era el entrenador y el goleador de su equipo.

Por supuesto que lo que se pone en juego, en verdad, es algo del orden de la evasión, quien fue el presidente de Real Madrid durante la dictadura de Franco: Santiago Bernabéu, decía que les estaban prestando un servicio a la nación, que es tener contenta a la gente. Vicente Calderón dijo que era bueno para que la gente no piense en otras cosas más peligrosas. Es lo que logró la dictadura argentina con nuestro Mundial 78.

Hay que hablar de lo que todos esperan: el gol. Galeano dice: “El gol es el orgasmo del fútbol. Como el orgasmo, el gol es cada vez menos frecuente en la vida moderna”.

Pero para jugar se necesita a la pelota, se le dan muchos nombres: el esférico, la redonda, el balón, en Brasil, será por eso que la tratan tan bien, nadie duda de que es mujer, le dicen la gordita, gorduchinha, o la nena, menina, a veces le ponen nombres propios: Maricota, Leonor o Margarita.

Esto nos hace recordar a lo que Freud planteó en “Sobre la más generalizada degradación de la vida erótica”, cuando afirma que la bebida puede ocupar para un hombre el lugar de una mujer, y que incluso le resulta más fácil al hombre permanecerle fiel, lo mismo sucede con la pelota ¿será por eso que a algunas mujeres les molesta la relación que el hombre tiene con el futbol?

¿A partir de esto resultaría exagerado ubicar a la pelota en las fórmulas de la sexuación Lacaniana, del lado del objeto, en ese vector que conecta al sujeto con el objeto causa?

Pero por sobre todas las cosas me parece que el espectador que más ventaja saca de un partido de fútbol es el neurótico obsesivo que por noventa minutos puede salir del infierno de sus pensamientos para seguir, hipnotizado, a una pelota que va y viene. Esto es lo que no pueden entender las mujeres, que en general no son obsesivas y sus síntomas no se juega tanto al nivel del pensamiento. Por eso me gustó la expresión “dinámica de lo impensado”, aunque fue planteado en otro sentido. La pelota va y viene y el obsesivo se ahorra la tortura del pensar. Pero después quedará pensando nuevamente en el desempeño de los equipos. Esto pude verse en los programas deportivos que analizan lo acontecido en el partido. Con respecto al entusiasmo de las mujeres en el mundial responde, en la mayoría de los casos, a un contagio histérico. Los Campeonatos Mundiales, como ciertas fechas patrias, inflan ciertos ideales capaces de unir a una nación. Cuando no se logra el objetivo, el ideal caído aplasta a los sujetos, y a ese entusiasmo que llevó a enarbolar banderas, le sigue una tristeza ante el ideal caído, y se requiere de una suerte de duelo.

La pelota proporciona el placer de lo lúdico, del narcisismo reconfortado cuando se hace una buena jugada, un gol; o, cuando se es un simple espectador, la satisfacción de la mirada, identificado al portador de la pelota. Es innegable que proporciona placer. Que da lugar a una ilusión, y también a la desilusión. A veces, por qué no, provoca cierta felicidad.

A la teóloga alemana Dorothee Sölle un periodista le preguntó:

- ¿Cómo le explica usted a un niño qué es la felicidad?

Y ella le respondió:

- No se lo explicaría, le tiraría una pelota para que jugara.

[i] Sasturain. Wing de metegol. Página 12. Buenos Aires, 2007.

[ii] Torres y Campos (copiladores). ¿La pelota no dobla? Libros del Zorzal. Buenos Aires, 2006.

[iii] Galeano, Eduardo. El fútbol a sol y a sombra. Siglo XXI editores. Buenos Aires, 2007.

[iv] Sebreli, Juan José. La era del fútbol. Editorial Sudamericana. Buenos Aires, 1998.

viernes, 2 de julio de 2010

XVIII Jornada Anual - "El niño y su relación con el inconsciente"


PEQUEÑO HANS
6 de noviembre 2010
Entrega de trabajos hasta el 15 de octubre de 2010
El psicoanálisis no es una teoría. Es una práctica de discurso que, como tal, hace existir al inconsciente en la misma experiencia analítica.

Después de preguntarnos el año pasado por los niños difíciles y los obstáculos en la cura nos preguntamos este año por la relación que el niño tiene con el inconsciente. ¿Tiene alguna particularidad el lazo al inconsciente de un sujeto por el hecho de ser éste un niño o un púber? ¿Es más difícil hoy que un niño “crea” en su inconsciente que en la época del Juanito de Freud?

La enseñanza de Lacan en el Seminario XI nos plantea al inconsciente estructurado como un lenguaje, donde, para capturar su singularidad hace falta la pulsación entre dos significantes; es decir, el inconsciente en relación al significante y en relación a la pulsión. También nos plantea en el Seminario XXIV que el inconsciente no se capta sino en la equivocación. Más allá de las formaciones del inconsciente como elucubración de saber, hay un inconciente que no se articula como sentido, sino que se localiza del lado de lo real.

No es posible pensar una cura sin la transferencia al analista que compone el tejido del inconsciente. Nuestra orientación nos plantea ir en contra de los sentidos, es decir tender a separar al niño de aquellos modos de interpretación de las cosas que lo fijan en el sufrimiento. Pero lo que nos toca a los analistas hoy es hacer posible que el goce se enlace a la palabra. El empuje de la época a “la felicidad” es una tendencia a rechazar el inconsciente. Quedan así afectados, entre otros, los lazos, la tramitación de los duelos, las operaciones de causación del sujeto-alienación-separación, dando lugar a impulsiones, caídas del deseo o fenómenos en el cuerpo comandados por la más salvaje mortificación.

¿Cómo, entonces, hacer existir al inconsciente?


E-mail: jornadahans10@gmail.com
EOL Callao 1033. 5º piso - Cuidad de Buenos Aires
(011) 488-2707

Comisión organizadora: Mirta Berkoff, Susana Goldber, Silvia Contreras y Nicolás Mascialino
Instituto Clínico de Buenos Aires
Callao 1033, 5º piso
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